Sin título
Sentía el dolor palpitar
en la cabeza. Una bruma caía sobre sus
recuerdos, obligándole a abrazarse.
Sentada en el suelo mecía su cuerpo lentamente, intentando
calmar. La oscuridad casi perfecta
pesaba… y mucho.
Los recuerdos de sol, de
viento, de libertad, se confundían con aquellos de soledad, oscuridad y
humedad. Poco a poco el cuerpo se cansaba,
pero su mente todavía luchaba, se rebelaba al sudor que corría por su espina
dorsal. Pero la sensación de estar siendo observada… No; la de estar siendo
dominada, sometiendo su voluntad a lo que sea o quién sea que enterró su
existencia entre esas cuatro paredes, era demasiado fuerte para ser
ignorada.
Los sonidos comenzaron al
unísono, como un coro bien aceitado: las pisadas, la carrera loca de su corazón
pugnando por salir a través de su boca, el jadeo del perro, preludio de uno de
sus sufrimientos… el chirrido de la primera puerta (estaba segura que había más
de una puerta), el crujir de alguna tabla… su propia puerta: luz. Cegada, obligada, todavía rebelde gritaba con
todas las fuerzas que le quedaban. Se
revolvía en los brazos de alguien, temblaban sus piernas por el ladrido del
perro y su orina corría ya por el suelo.
No podía aguantarlo más,
perdía control de sus capacidades físicas, su mente se deslizaba a una esquina
para hibernar, protegerse de aquello.
Otra vez el ladrido del perro, su jadeo cerca de las piernas, la voz
ronca ordenándole callar (¿A cuál de ellos?); su mente que escaba, su cuerpo
que no soporta más, la mano apresando su muñeca, todo sobre una misma cama, en
un mismo lugar.
T.B.
Etiquetas: abuso, cuento corto, miedo, mujer., prácticas literarias, sentimientos
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